Guayaquil

Friday, March 18, 2005

Autonomía III

La autonomía (III)





José Antonio Gómez 24 de febrero 2005 Universo


Dos artículos anteriores señalan la trayectoria de la constante que procura reorganizar y arrumbar al Ecuador bajo un régimen autonómico provincial o regional. Determinación nacida siempre de la sociedad civil costeña, hoy generalizada a las provincias serranas, periféricas, también víctimas de un centralismo que privilegia el desarrollo de la capital y su provincia en desmedro del país entero. La burocracia agazapada tras el poder político impone a conveniencia una distribución sin ninguna equidad del presupuesto del Estado. Monopoliza las becas al exterior, canaliza solo a la Sierra los fondos provenientes de fundaciones internacionales destinados a la educación, vivienda, alimentación, etcétera. Acaparamiento escudado en la farsa de que la pobreza está radicada únicamente entre la población indígena. Nada más falso, antipatriótico y destructor de la unidad nacional que tal discriminación.

En enero de 2000, sustentada en claros antecedentes, llegó al clímax la exigencia de autonomía para el Guayas; la ciudadanía, casi sin comprenderla, respondiendo al llamado secular, copó las urnas para expresar su voluntad. Los estudiantes asumieron las juntas receptoras y abrumadoramente el 87% del electorado se pronunció a favor de la transformación. Guayas retomó su rol histórico y esta vez, pacíficamente, propuso una salida ideal para nuestra supervivencia como nación y votó contra un sistema político que impide el desarrollo y la integración del país como unidad política.

No obstante que la decisión popular implicaba un mandato, el resultado de la consulta no obligaba al Congreso. Y más allá de unas declaraciones triunfalistas sin contenido ni miras, nada se hizo para allanar el camino. Por cinco años, políticos y empresarios descuidaron la importancia de planificarla, debatir sus defectos y difundir sus ventajas. Solo unos pocos, en silencio, intentaron comprenderla e ilustrarse. Nadie, ante la opinión pública mantuvo la esperanza de los marginados.

Las fuerzas burocráticas que medran del poder político y sustentan sus privilegios en el centralismo, agradecieron el silencio. Y tanto entonces como hoy, agoreros interesados, en beneficio de mezquinos intereses que mantienen por encima de las prioridades nacionales, aseguran que esta transformación podría significar la desintegración nacional. Visión obtusa, carente de sentido de patria.
Intencionalmente bloquean la memoria al daño infligido a la nación durante dos siglos de centralismo, maldición que exhibe al desnudo la obsolescencia de un sistema que no da más.

No es cuestión de proclamarse campeón de una unidad cada vez más débil que obliga a evolucionar, sino de entender que nuestro país está al margen del desarrollo globalizado; donde no hay producción, educación, empleo, seguridad ni salud. Hasta el régimen escolar serrano es segregacionista y sectario; los jóvenes no pueden conocer a sus compatriotas del Litoral porque las vacaciones no coinciden. Crecen ajenos a las diferencias que hacen del nuestro, un país muy especial y admirable.

El 26 de enero pasado, durante la marcha guayaquileña nuevamente salió a flor de piel nuestra pasión autonomista, sin embargo, solo nosotros estamos conscientes de que la tardanza en aplicarla, postergará aún más los intereses nacionales y pronto será causa del descontento ciudadano y la agitación social hará desaparecer el orden. Por eso, debemos discutir serenamente la adopción de un sistema que facilite nuestro desarrollo acorde al mundo globalizado, caso contrario, caeremos en nuestras históricas improvisaciones.

Autonomía II

José Antonio Gómez Iturralde | jagomezi@ecua.net.ec

El UNIVERSO

Febrero 17, 2005

La semana pasada al remontarme a 1820 quedó claro que nadie tiene la paternidad de nuestros ideales autonómicos. Fue la sociedad civil, aún inmadura, que por varios medios empezó a hacer conciencia nacional sobre la urgencia de un cambio de sistema político de gobierno.

En noviembre 17 de 1883, circuló el periódico El Federalista. Su fundador, Emilio Estrada Carmona, estaba a favor del federalismo como sistema político administrativo. Él escribía: “El pueblo ecuatoriano, en su recto e ilustrado juicio, fallará sobre el sistema que deseamos se adopte en el país; y se convencerá, no lo dudamos, de que la Federación procura adelanto y prosperidad. Elocuentes pruebas de ello son los países que por ella se rigen, y que tan adelante marchan por la senda de la verdadera libertad”.

En diciembre 1 de 1929 y mayo 3 de 1931, se publicaron dos semanarios con igual título y propuesta. Además, en agosto 19 de 1933, El Bombazo Federalista preconizaba su adhesión a un Estado autonómico. El 18 de septiembre, El Crisol, se hacía eco de la postura de algunos sectores guayaquileños, que propugnaban constantemente el establecimiento de un sistema de gobierno federal. Y sobre la dictadura que entonces se pretendía establecer, opinaba: “Entre las humillaciones a que puede estar sujeto un pueblo que con sus esfuerzos heroicos conquistó la libertad, nada más insoportable y cruel que la dictadura”.

En noviembre 20 de 1933, El Federalismo informaba sobre los resultados de una asamblea de municipios, en la que se había votado por la instauración de un gobierno federalista, para lo cual, era menester una profunda reforma a la Constitución vigente. “El doctor Julio Tobías Torres, hombre público cuencano, jurisconsulto y catedrático de la Universidad del Azuay, había asistido en representación del Concejo Municipal de Cuenca para expresar su adhesión a las ideas federalistas”. Y en noviembre decía: “Las juventudes por su vigor, supremos ideales, ansias de renovación e implantación de sistemas (de gobierno) que hagan menos desgraciada a la humanidad”. En 1934, los guayaquileños cantaban por las calles: “Aquí estamos nosotros, la juventud porteña, dispuestos a la lucha por la federación…”.

El 1 de abril de 1936 apareció El Federal, cuyo título hablaba por sí solo. En julio 4 de 1947, el Plus Ultra se refiere a las autodefensas guayaquileñas: “Es por esto, que el Supremo Gobierno ha puesto los ojos en el señor don Carlos Julio Arosemena, y un grupo de caballeros que lo acompañan en esta labor patriótica de la vialidad en la provincia del Guayas. Entre estos polos de sacrificio por la patria, el presidente don Carlos Julio Arosemena, gira toda la política de vialidad en estos momentos y esta fórmula de patriotismo encarna el primer escalón de descentralización efectiva que permitirá algún día al Ecuador, sentarse con honor y progreso al cenáculo de grandeza que forman los países de organización federal en el Mundo”.

Estos son documentos que demuestran que los ideales, siempre presentes, por establecer formas autónomas de gobierno, pertenecen a la sociedad. Sus fuertes raíces nos empujan a luchar por alcanzarlas hoy, ya fuere por provincias autónomas solidarias, asociadas en planes de desarrollo común, u otras formas por debatirse, como único medio de supervivencia e integración nacional.

Autonomía I

La autonomía (I)

Universo 10 de febrero 2005


Jose Antonio Gomez

Una mirada al origen de nuestras aspiraciones autonómicas nos demuestra que nunca existió un luchador ni gestor solitario de esta permanente búsqueda. Sin embargo, hay quienes presumen de serlo; además, al sufrir sueños de opio y vanidad enfermiza, sostienen que bastan tres abracadabras a la Constitución para lograrlas. Por eso debemos entender que tiene más enemigos de los que suponemos, quienes ocultos bajo una piel de oveja, reclaman su paternidad y proponen “salidas” para frustrarla. La permanente demanda de autonomía, trabajo y desarrollo pacífico, los costeños la llevamos en la médula de los huesos como característica que se pierde en nuestro recóndito pasado.

Al estudiar la historia de la Provincia Libre de Guayaquil (Manabí, Los Ríos, El Oro y Guayas), podemos descubrir que las aspiraciones autonómicas son inmanentes a la naturaleza de sus pobladores. De allí que, cuando se han hecho insoportables los atropellos e injusticias causadas por la constante maquinación y agresión, propia de quienes se aferran a la práctica de una forma de gobierno perversa y excluyente, la sociedad civil guayaquileña siempre ha encontrado sus líderes en el camino.

Cuando el colonialismo impuso monopolios y disposiciones adversas al libre comercio, que frenaban el desarrollo de la Provincia de Guayaquil y la posterior disolución de las Cortes de Cádiz por Fernando VII, Olmedo, el eterno liberal autonomista, fue perseguido y debió permanecer oculto en Madrid. Mas, vinculado a políticos ilustrados españoles, enriqueció sus ideales y cuando volvió a Guayaquil en 1816, pasó a ser el más calificado idealista y defensor de los derechos del hombre. Pero, señalado por la Corona como insurrecto, debió mantenerse al margen para no comprometer a los conjurados.

La independencia estaba latente en la sociedad civil y para explotar esperaba la primera coyuntura. Pese a contar en su seno con ilustrados patriotas como Luis Fernando Vivero, Francisco Marcos, Francisco M. Claudio Roca, entre otros, todos ellos principales de la ciudad, cifró sus esperanzas en Olmedo, que estaba centrado en el estudio de normas adecuadas para, llegado el momento, convertir a la provincia en una sociedad democrática.

Finalmente, el 10 de octubre de 1820, la recién independizada Guayaquil, hastiada del sometimiento colonial, lo eligió catalizador del cambio que la sociedad exigía para sobrevivir como ente político autónomo. Escogido entre otros notables, la ciudad le confió el gobierno civil, y debió asumir el mando como el gran conductor de la Provincia Libre. Olmedo, el líder ilustrado, surgió de la demanda civil y en su momento actuó como ejecutor de la transformación administrativa que demandaban las circunstancias.

Cuando la sociedad guayaquileña, harta de la dictadura de Bolívar, se rebeló el 16 de abril de 1827, encargó al mariscal La Mar el comando de la lucha federalista. El centralismo y militarismo extranjero floreano fue aplastado el 6 de Marzo de 1845 por el pueblo de Guayaquil y el liderazgo de Olmedo. El conservadurismo, ultracentralista y reaccionario, enervaba al pueblo costeño, y forzado al alzamiento, halla en Eloy Alfaro su sostén para alcanzar el triunfo del 5 de junio de 1895. La historia guayaquileña nos muestra que la lucha autonomista siempre ha surgido de la sociedad civil; y de ella, el líder que supo interpretar sus requerimientos.